24/11/10

¡Hasta la Victoria siempre, Néstor!




Como parte de un tardío homenaje de este blog, aportamos desde La Simón Rodríguez un par de artículos muy interesantes que salieron a la luz desde el 27 de octubre pasado, cuando falleció nuestro queridísimo compañero Néstor Kirchner, aquel que nos devolvió la esperanza y nos recordó en su accionar aquella maravillosa frase de Karl Marx: "La felicidad está en la lucha".




NUESTRA PALABRA (ÓRGANO DEL PC CONGRESO EXTRAORDINARIO) - 10/11/2010

Hasta la victoria siempre, Néstor!

Pueblo o Corporaciones es hoy la contradicción principal y quien está al frente de esta lucha es la compañera Cristina. Será imprescindible avanzar sin vacilaciones en la construcción de una fuerza política frentista donde puedan confluir con amplitud todos los sectores dispuestos a defender el proyecto nacional.



Mientras el compañero Néstor Kirchner era despedido en el Salón de los Patriotas Latinoamericanos, ante la atenta mirada de Sandino, José Martí, Salvador Allende, Evita y el Che, una Argentina subterránea emergió repentinamente y pudimos ver en millones de rostros del pueblo una mezcla de honda tristeza, de disposición a defender lo conquistado y de afirmación de las convicciones, aquellas mismas que Néstor no dejó en la puerta de la Casa Rosada y que la compañera Cristina profundizó valientemente desde su primer día al frente del país. ¿Por qué semejante demostración popular?
La decenas de miles de trabajadores que colmaron las calles no olvidarán los millones de puestos de trabajo alcanzados, la derogación de las leyes de flexibilización, las paritarias y la recuperación del salario, el combate a un modelo de especulación financiera que desde el 76 en adelante produjo el cierre de miles de fábricas.
Lo despidieron los millones de jubilados que durante más de una década tuvieron sus haberes congelados, los que estaban afuera del mapa por no tener aportes, los que sufrieron el saqueo de las AFJP hasta la reestatización del sistema previsional en el 2008. Estaban los más pobres que hoy tienen una asignación familiar, los miles que fueron integrados en cooperativas. Fue notable también, muy a contramano de Clarín y los medios masivos, la extensa participación de sectores de la clase media, profesionales, referentes de la cultura y artistas.
La presencia masiva de los jóvenes produjo un acontecimiento dentro de la movilización popular. Luego de la dictadura y la derrota cultural de los ’90, el neoliberalismo había logrado quebrar largas tradiciones de compromiso social y militancia política, sembrando el descreimiento en todos y de todo. Honrando el ejemplo de los patriotas de mayo, de 200 años de luchas y especialmente de los 30 mil desaparecidos, la actitud consecuente de Néstor y Cristina comenzó a cambiar la historia en la generación más joven.
También América Latina lo despidió como a uno de sus mejores hijos. “Hemos quedado huérfanos”, dijo Evo. “Ha muerto un justo, y llorarlo sería poco”, advirtió Chávez parafraseando a José Martí. La derrota del ALCA, la defensa de la Paz y la Democracia en el continente; la lucha por la unidad latinoamericana, contra el saqueo del FMI y el nacimiento de la UNASUR: en cada uno de estos hitos históricos Néstor fue un protagonista determinante, y por eso es hoy un patriota latinoamericano.


Vamos con Cristina 2011

No tardó el establishment en trasmitir a través de sus voceros mediáticos un conjunto de condicionamientos ‘necesarios para la gobernabilidad’, es decir iniciar la transición de retorno al neoliberalismo. No pasarán muchos días para que intenten desestabilizar nuevamente al gobierno nacional. No les resultará tan sencillo, luego del enorme respaldo popular a la Presidenta. Es mucho lo que está juego en la Argentina, es el rumbo antineoliberal iniciado en el 2003, son las innumerables conquistas que nuestro pueblo consagró en la despedida a Néstor Kirchner.
La confrontación con el poder real se expresa hoy en la contradicción Pueblo o Corporaciones y quien está al frente de esta lucha es la compañera Cristina. El respaldo del PJ y la CGT han sido contundentes. Al mismo tiempo, será imprescindible avanzar sin más vacilaciones en la construcción de una fuerza política frentista donde puedan confluir con amplitud todos los sectores dispuestos a defender el proyecto nacional -peronistas y de otras identidades políticas y sociales- y especialmente dar respuesta a los millones en todo el país que manifestaron su voluntad de poner el cuerpo para defender lo conquistado. Agustín Rossi habla con mucho acierto de conformar una gran corriente nacional de la militancia política y social.
Los comunistas integramos el Encuentro de la Militancia Kirchnerista, una construcción que reúne a intendentes, partidos políticos y organizaciones sociales, y que viene realizando un esfuerzo por contribuir a organizar y unificar a diferentes expresiones del kirchnerismo que mayoritariamente no pertenecen al PJ. En esta búsqueda, valoramos la iniciativa del Congreso de la Militancia convocado para el 17 de noviembre, y estamos convencidos de que tendrá resultados positivos en la medida que pueda establecer un acuerdo amplio, sin hegemonismos ni especulaciones secundarias.
El desafío es la defensa y profundización del proyecto nacional, popular y latinoamericanista que transformó a nuestro país. Ello requiere que Cristina continúe al frente de este proceso y es por eso que debemos orientar todos nuestros esfuerzos para garantizar su reelección en el 2011. Debemos empezar a construir esa victoria con la conformación del gran frente nacional y popular con el que compañero Néstor Kirchner tantas veces soñó. Sin dudas, será la mejor manera de honrarlo.


Construir el puente de plata
Por Jorge Pereyra
Secretario General del PCCE

Quisiera recordar a Néstor evocando algún momento donde me tocó ser en cierta manera testigo y en cierta forma un poco protagonista. Me viene a la memoria una reunión que tuvimos con él en la sede central del Partido Justicialista, un encuentro con organizaciones sociales y fuerzas políticas de izquierda -entre las que estábamos nosotros- durante el conflicto por la 125. Néstor realizó una información detallada sobre la coyuntura política y puso mucho énfasis en la cuestión, para él principal, de que con el PJ sólo no alcanzaba para poder afrontar los desafíos que se presentaban para llevar adelante el proyecto nacional, y que era necesario recomponer el nivel de organización de las fuerzas populares desde abajo como sostén y garantía de la defensa y profundización de este proyecto. Esa fue una de las ideas.
Explicó también que él era conciente de que tenía que resolver una etapa, la de atravesar el infierno que vivíamos como consecuencia de dos genocidios en la Argentina: el de la dictadura militar y el neoliberalismo. Presuponía o dejaba claro que quedaban deudas muy grandes para resolver con la Nación, con los trabajadores y con nuestro pueblo. Pero al mismo tiempo era posible producir un conjunto de medidas que mejoraran la calidad democrática y la vida política nacional, y que fundamentalmente modificaran las condiciones de vida de nuestro pueblo y nos instalara en el concierto de naciones latinoamericanas como un protagonista activo en el proceso de integración regional y continental.
Él expresaba entonces la preocupación de que no se generaran exigencias, llamémosle así, que fueran tanto más allá de las posibilidades que presentaba la situación de la cual veníamos y la correlación de fuerzas que existía en nuestro país. Entonces nos dice en un momento: “en definitiva, qué es lo que yo propongo: construir el puente de plata para los futuros cambios de fondo que siguen siendo necesarios en nuestro país.”
En esa misma reunión, cuando terminamos se hace un aparte, Néstor me reconoce y les cuenta a los compañeros que estaban presentes una anécdota ya conocida. Fue en los primeros meses del 76, después del golpe, ya con la dictadura instalada. Mi familia vivía en Tolosa casa por medio de la familia de la Presidenta. Se dio un hecho fortuito, el ejército rodea la manzana y estaba Néstor durmiendo en la casa de Cristina. Cuando ve la situación piensa que se terminó todo, que se le venían encima a él. La cuestión es que venían a buscarme a mí y no me encuentran, entonces lo llevan secuestrado a mi padre que también era un militante comunista. Después van tres, cuatro veces más, allanan en la madrugada varias veces la casa para tratar de ver si me encontraban.
Evidentemente, ese momento generó en Néstor la idea de que estuvieron a punto realmente de ser secuestrados y de desaparecer, de ser parte de los 30.000 desaparecidos en esa noche tan recordada. Hace sólo unos meses Cristina relató la misma anécdota en el Foro de Sao Paulo ante decenas de dirigentes de otros países. Por eso cuando en un acto en el Luna Park nos encontramos y nos abrazamos con Néstor, él me dice al oído, “cuando te veo, se me pone la piel de gallina.” Y yo lo entendí porque es verdad, lo sentí cómo que él, y nosotros y tantos militantes de esa época, somos sobrevivientes de un período que nos cobró 30.000 patriotas en manos del genocidio de la dictadura.


Página/12, 4 de noviembre

El legado de Néstor Kirchner

Por Ernesto Laclau *


A medida que los días vayan pasando, el país comprenderá crecientemente las verdaderas dimensiones de la tragedia que representa para los argentinos la súbita desaparición de Néstor Kirchner. Con él hemos perdido al estadista de mayor envergadura que nuestro país haya producido en los últimos cincuenta años. A él estará siempre ligada la transformación profunda del Estado que la Argentina experimentara a partir de 2003.

Hay que situarse mentalmente en el umbral de aquel año para advertir todo lo que ha cambiado. El 2003 no está tan lejano en el tiempo y, sin embargo, lo que lo precediera parece pertenecer claramente a otra época. El país venía de una serie de experiencias traumáticas: la dictadura militar, con la que, en razón de una serie de leyes y amnistías, la ruptura había sido tan sólo parcial; el neoliberalismo menemista que, a través de sus privatizaciones y desregulaciones, había puesto a la Argentina al borde de la bancarrota; el fracaso estrepitoso del gobierno de la Alianza, que condujo a los estallidos de 2001. Había un cinismo y un desencanto generalizados respecto de la política, que encontraría su expresión en el notorio lema “que se vayan todos”.

Ya las movilizaciones sociales subsiguientes a la crisis –las fábricas recuperadas, la extensión del movimiento piquetero y otros fenómenos concomitantes– estaban preanunciando que el ciclo del neoliberalismo estaba llegando a su conclusión. Pero lo que muy pocos esperaban era que esas movilizaciones fueran a encontrar eco y simpatía al nivel del Estado nacional. Fue contra todas las expectativas que ocurrió el 2003. Al principio, el nuevo tipo de discurso fue recibido con un considerable grado de escepticismo. Se trataba, en la apreciación de muchos, de mera retórica, tras la cual habrían de ocultarse las habituales componendas de trastienda. Pero pronto hubo que rendirse a la evidencia: el nuevo gobierno estaba comprometido con un programa total de reestructuración de la sociedad argentina a sus distintos niveles. Programa que no podía dejar de suscitar la adhesión popular, a la vez que herir intereses creados que se habían consolidado a lo largo de decenios. En poco tiempo pudimos verificar el apoyo brindado por el Gobierno a las organizaciones populares; la decisión de operar, a través de los juicios a los represores, el desmantelamiento de la ESMA y otras medidas similares, la ruptura más radical con el pasado dictatorial que haya tenido lugar en el continente latinoamericano; la reorientación nacional de la economía, en el proceso que va desde la ruptura de facto con el FMI hasta el reforzamiento del Mercosur y el rechazo del plan del ALCA de Bush en la reunión de Mar del Plata de 2005; la democratización de la Corte Suprema y de la cúpula militar, etc. Como es sabido, toda esta corriente profunda de cambio fue continuada y radicalizada a través de una serie de medidas legislativas durante el gobierno de la presidenta Cristina Fernández, que ha representado uno de los esfuerzos más ambiciosos y sistemáticos en nuestro continente por reestructurar al Estado y redefinir sus relaciones con la sociedad civil. Todo esto se ha hecho en el marco de una integración cada vez mayor de la Argentina al espectro de los nuevos gobiernos progresistas de América latina. El país está menos solo que nunca en el pasado.

No voy a entrar a discutir la minucia de este programa legislativo. En los últimos días otros –Mario Wainfeld y Horacio Verbitsky entre ellos– lo han hecho en artículos excelentes. Pero sí quisiera referirme a un aspecto clave, que revela la naturaleza del legado de Néstor Kirchner, a la vez que su estilo particular de liderazgo. Me refiero a las resistencias que toda tentativa de cambio profundo suscita y al coro de infundios con el que las fuerzas reaccionarias pretenden combatirla. Hace unos días, los plumíferos de La Nación caracterizaban al kirchnerismo como “populismo autoritario”. La fórmula misma ya es, desde luego, problemática y ambigua, pero cuando se la usa para caracterizar la situación argentina es doblemente absurda. Un populismo autoritario sólo podría ser uno en el que las masas fueran enteramente pasivas y sometidas a un liderazgo que tomara las decisiones sin compartir el proceso deliberativo con nadie. Esto puede llegar a ocurrir en ciertas sociedades –pensemos, por ejemplo, en el Zimbabwe de Mugabe–, pero cuando esto ocurre, la deriva autoritaria es cada vez menos populista, ya que las masas son sustituidas por pequeños grupos de matones reclutados y organizados desde el poder. En tales condiciones lo que prima es el autoritarismo, en tanto que el populismo se limita a una cáscara vacía, a una interpelación meramente retórica, sin participación activa alguna de las masas.

Ahora bien, cualquiera que conozca mínimamente lo que está pasando en la Argentina, sabe muy bien que en ella se da la situación exactamente opuesta. Todas las medidas legislativas han sido tomadas sobre la base de la movilización autónoma de uno u otro sector de la sociedad. ¿Cómo explicar entonces esta insistencia en los peligros autoritarios del kirchnerismo? La respuesta es obvia. Se trata de crear una cortina de humo, por la que la supuesta “defensa de las instituciones” frente al “avance autoritario” no es sino un burdo intento por defender un statu quo en el que las corporaciones medran, frente al intento de democratizar a estas instituciones desde dentro. ¿Recuerdan ustedes la reunión reciente del Sr. Magnetto con líderes de la oposición para planificar algo no claramente especificado pero que, en todo caso, implicaba a claras luces organizar la confrontación con el Gobierno? ¿Y recuerdan ustedes esa otra reunión, mucho más siniestra, en la que se obligó a Lidia Papaleo a resignar el control de Papel Prensa bajo amenazas de muerte? La misma historia acerca de la sórdida acción del poder corporativo frente a la voluntad popular se repite en todas las instituciones. El gran dilema a ser dirimido en los próximos años, comenzando por las elecciones de 2011, es quién va a prevalecer: la Argentina corporativa del pasado o la Argentina popular que comenzó a emerger con las movilizaciones de 2001, que se consolidó en 2003 y que desde entonces ha ido ganando batalla tras batalla.

Es en el umbral de esta confrontación que el nombre de Néstor Kirchner permanecerá siempre como un signo liminar y señero. Ya no será una bandera para las luchas, pero se ha transformado en algo más importante: en un símbolo para las conciencias. Quiero recordar tres aspectos de su obra y de su mensaje. El primero es que fue uno de los demócratas más radicales que la Argentina haya producido en años recientes. Nunca intentó imponer una voluntad burocrática, sino que siempre buscó en las movilizaciones espontáneas de los grupos de base los aliados naturales a través de los cuales pensar, repensar y matizar su proyecto. El segundo es que nunca hizo una interpelación fácil a masas inestructuradas, sino que comprendió que, en las complejas sociedades contemporáneas, cualquier proyecto de cambio tiene que pasar por la transformación interna de las instituciones. No sé si Néstor habrá leído a Gramsci, pero en todo caso su acción política muestra algo que es profundamente gramsciano: la comprensión de que, en las sociedades contemporáneas, no hay populismo fácil; que, sin la mediación institucional, no hay proyecto político coherente. En tal sentido él mostró, a través de su acción política, algo que siempre pensé: que entre institucionalismo y populismo siempre hay una compleja negociación, los resultados de la cual presentarán matices distintos en diferentes sociedades.

Hay, finalmente, una tercera dimensión que es decisiva para entender el legado de Kirchner: su firmeza de acero, su compromiso total con las causas que abrazaba. Era un hombre de lucha, no de transacciones. Esto es lo que indignaba a sus detractores y lo que denominaban su tendencia “a doblar la apuesta”. Creo que se trataba de algo más importante que eso. El tenía perfecta conciencia de la naturaleza de las fuerzas con las que se enfrentaba, y sabía que sólo una voluntad inquebrantable sería capaz de confrontarlas.

¿Qué nos queda por hacer ahora, hacia adelante, después de Néstor? La respuesta es clara: proseguir su obra y completar su tarea. El nos ha legado objetivos que son más vastos que su vida y que la nuestra y que incluyen a todo nuestro continente. América latina ocupará su puesto en esta marcha general de los pueblos que habrá de conducir, desde la barbarie neoliberal, al establecimiento de formas justas, libres y racionales entre los hombres. Ya hemos oído estos últimos días las voces melifluas y viscosas de aquellos que, restregándose las manos de satisfacción, dicen que ahora Cristina está sola y tendrá que contemporizar con la oposición. Los que eso piensan van a encontrarse con una sorpresa. En primer término, parecen no conocer el temple de nuestra Presidenta, cuya determinación militante se ha mostrado en todas las pruebas –muchas duras– que debió pasar durante su gobierno. En todas las circunstancias mostró una claridad de propósitos y una determinación en su ejecución que la coloca en situación de total paridad con su predecesor.

En segundo lugar, Cristina no está sola. Ha perdido, es verdad, al compañero de su vida y la acompañamos todos en su dolor. Pero la acompaña también todo un pueblo, el cual se ha manifestado en los últimos días en una de las expresiones de pesar colectivo más inmensas –quizá la más inmensa– de la historia argentina. Debemos hacerle a Néstor, en las palabras de Antonio Machado, “un duelo de labores y esperanzas”. Cada fábrica, cada escuela, cada hogar, deben erigirse como la expresión de la voluntad colectiva de que la llama que se encendió en 2003 no se extinga jamás. Que todos los argentinos nos identifiquemos con aquellas palabras que José Gervasio de Artigas pronunciara en su lecho de muerte: “Amanece, ensíllenme el caballo”.

* Profesor de Teoría Política (Universidad de Essex).



Perdón Flaco

Por Pablo Llonto. Lo que te puteamos Flaco. Las cosas que dijimos de vos cuando en la imbécil tentación del engreído revolucionario decíamos de vos, el monigote de Duhalde.

Las marchas que te hicimos. Queríamos decirles a los argentinos que estabas dilapidando nuestra plata dándosela en bandeja al FMI.

Cuántas palabras envueltas en desprecio y sorna. Instruidos en las sabias esgrimas marxistas, enumerábamos los siniestros enemigos de los que te rodeabas. Casi, casi, te ordenábamos que fueses puro. Como nosotros.

En los rudos textos, en las vehementes intervenciones radiales, despedazamos tus confusas relaciones con el poder. Claro que sí, qué otra cosa era un hombre saludando a Bush con una sonrisa. No prestabas atención a nuestra pedagógica manera de llevar adelante el protocolo.

El propósito era que nos escuchases. Que leyeras nuestros volantes, nuestros afiches, nuestras banderas. Tenías que hacerte, de un día para otro, justiciero expropiador de todos los sinvergüenzas.

Tenías que rendirte ante nuestras luchas.

Queríamos ser testigos de un milagro que honrara a nuestros santos leninistas: la conversión acelerada de un político burgués a tigre trotskista, como aquel que posa en nuestros posters.

Queríamos verte echando a todo tu staff, tus ministros, tus amigos, tu familia, desprendiéndote de cuentas bancarias, bienes, alquileres. Si era posible Flaco, tenías que tirar los mocasines y la birome Bic. Y desafiliarte del PJ.

Un día, Flaco, nos enteramos que hablabas en la ESMA. Que entrabas allí con las viejas y con los hijos. Pedazo de oportunista, dijimos. Luego, procuramos escuchar bien aquello que decías.

"Como presidente de Argentina, vengo a pedir perdón en nombre del Estado nacional por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia tantas atrocidades".

Carajo. Exasperabas nuestra incredulidad eterna. De pronto, un presidente argentino, de la Casa Rosada, les pedía perdón a las Madres; a las mismas Madres que un tiempo atrás (diciembre 2001) habían sido gaseadas, mojadas, arrojadas a caballos por los infames de la Casa Rosada.

Ebrios de indiferencia, pensamos que debíamos aplaudir ese gesto, no más de 24 horas.

No podíamos ser aventurados en el elogio. No tolerábamos que no cumplieras, una a una, todas nuestras utopías.

Ni cuando aprobaste la jubilación para los que no tenían aportes. Incluida nuestra vieja, y nuestra suegra.

Ni cuando le brindaste a Chávez, y a otros, el escenario adecuado para mandar a la misma mierda, el asesino ALCA.

Ni cuando le sacaste el fútbol de las manos al pulpo eterno.

Ni cuando quisiste poner un poco de justicia con la 125 cumpliendo tu máxima peronista de llegar al fifty fifty.

Ni cuando desafiaste a Clarín y sus tentáculos.

Ni cuando ideaste el final del monopolio de Papel Prensa.

Ni cuando impulsaste el matrimonio igualitario.

Ni cuando te enojaste con las claudicaciones de la ex intachable Corte.

Ni cuando apagaste las privatizaciones de Aerolíneas, el saqueo de las AFJP, el choreo macrista del Correo.

Ni cuando te extenuaron los impostores, los Alberto Fernández, los Lavagna, los Solá, los Cobos, los Pedraza.

Ni cuando apoyabas una ley que resolviera un cacho de participación en las ganancias.

Ni siquiera cuando tu última opinión sobre los burócratas sindicales contenía una frase premeditada: “hay que dar con el último de los autores intelectuales del crimen de Ferreyra”.

Ahora que estás en Santa Cruz, rodeado de los combativos mineros de Río Turbio que adorábamos en los 90, ahora es como un poco tarde, Flaco.

Queríamos decirte simplemente que los anarquistas somos, a veces, muy de vez en cuando, un laberinto de contradicciones. Y que pensábamos votarte.

Era nuestra mínima y secreta manera de pedirte perdón.


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